Hoy ya casi nadie habla de la Noche de Difuntos, ahora se le llama noche de Halloween. En nuestro mundo globalizado las tradiciones han traspasado las fronteras. Halloween, con sus calabazas, sus dulces y sus terroríficos disfraces resultan más atractivos que las costumbres tradicionales de nuestra cultura europea. Pero existe un proverbio chino que dice que las cosas siempre acaban regresando a su lugar de origen. Esto bien podríamos aplicarlo a la celebración de Halloween.
El origen de esta fiesta es irlandés. Fueron los inmigrantes irlandeses quienes la transmitieron a América del Norte durante la Gran hambruna irlandesa de 1840, que los empujó a buscar una oportunidad en el continente americano. Su origen se remonta a ritos paganos que tenían lugar en la festividad celta del Samhain, el Dios de la muerte. El samonis, que equivalía a nuestro 1 de noviembre, iniciaba el año con diversos festejos que concluían con "La Fiesta de los Muertos". En el año 998 el abad del Monasterio de Cluny, al sur de Francia, instauró para el día 2 de noviembre, la festividad de Todos los Fieles Difuntos en la orden benedictina. En el siglo XIV Roma lo aceptó y lo extendió a toda la cristiandad.
De hecho, la palabra Halloween (pronunciado ha.lo.wi.n) es una derivación de la expresión inglesa All Hallow's Eve (Víspera del Día de los Santos). Se celebraba en los países anglosajones, principalmente en Estados Unidos, Irlanda, Canadá y el Reino Unido. La fuerza expansiva de la cultura de EE. UU. y el hecho de ser una celebración que a los niños les encanta (disfraces y dulces), ha supuesto que Halloween se haya popularizado también en numerosos países occidentales.
Muchas cosas han cambiado en torno a la celebración de dicha noche, una noche en familia, recogida y tradicional en la que después de la cena se comían las tradicionales gachas, las castañas asadas y el boniato cocido o asado con azúcar y canela. Después se salía por las calles del vecindario, provistos de un cazo o una olla con las gachas sobrantes, y se tapaban las cerraduras de las puertas. ¿Para qué? pues, para evitar que los espíritus entrasen en la casa contagiando la muerte a sus moradores. Según cuentan los más viejos del lugar, en el más allá, esta noche "dan suelta" a los espíritus, los cuales en procesión recorren a medianoche las calles de la población, encabezados por la Muerte.
En España la festividad es un recordatorio de quienes se fueron y disfrutamos de los huesos de santo y buñuelos (en toda España); postre de gachas, castañas asadas y boniatos (en Jaén); castañas asadas (en Galicia y Castilla); arrope y calabazate (en Murcia); rosquillas de anís y patatas asadas (en Salamanca); arroz y tallaetes (dulce típico de las Comarcas centrales de la Comunidad Valenciana con trozos de calabaza cocidos en jarabe de mosto); borrachillos (en Andalucía, dulce típico que se parece mucho a los pestiños); panellets (postre tradicional de la cocina catalana, valenciana y balear) y rosaris (en Mallorca, unos grandes collares hechos de golosinas que los padrinos regalan a sus ahijados ese día), son sólo algunos ejemplos de lo que se guisa por estas fechas.
Actualmente la noche de Halloween se ha convertido en una fiesta en laque diversos negocios tales como: panaderías, pastelerías, supermercados, grandes almacenes y bazares chinos, hacen su agosto.
También sacan provecho de la noche de Halloween los locales de ocio nocturno, utilizando como gancho el terror. Las fiestas de disfraces son hoy la mejor excusa para salir al Centro, donde bares, pubs y discotecas ofrecen consumiciones gratis y hasta barra libre a los clientes mejor disfrazados.
Una cosa que no ha cambiado es la tradición de contar relatos de noches oscuras, temblorosas, donde se mezclan realidad y pesadillas, historias aterradoras sobre aparecidos, fantasmas, espíritus y almas en pena que deambulan entre los vivos.
En esta entrada os propongo un vídeo que explica el origen de El Día de Todos los Santos y de Halloween, podéis verlo AQUÍ. También podéis ver el sentido que está adquiriendo esta fiesta AQUÍ.
En la tradición soriana, además, contamos con la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer: "El Monte de las Ánimas" que es obligado leer en estos días. Os dejo este vídeo en el que podéis escucharla.
Podéis ir abriendo boca con los dulces que saborearemos estos días: los buñuelos y huesos de santo, ¡¡¡ riquííííísimos!!!. Para los "cocinillas" AQUÍ tenéis algunas recetas para practicar.
Visitar los cementerios es obligado en los días previos al Día de Todos los Santos para limpiar las lápidas de las tumbas donde reposan nuestros familiares y, más tarde, llenarlas de flores en este día.
Os sugiero esta página con relatos de miedo para que leáis, los hay para todas las edades.
Titulo original: The Monkey's Paw (La pata de mono)
Autor: William Wymark Jacobs
Año: 1902
El cuento que os propongo es para
Borges uno de los mejores del género de terror y García Márquez lo
considera compacto e intenso. Está ambientado en un espacio real
con personajes verosímiles y situaciones cotidianas. Pero en ese espacio va a irrumpir
lo sobrenatural a través de una simple pata de mono. Un cuento que nos muestra
la imposibilidad de manipular nuestros destinos y las consecuencias dramáticas
que puede conllevar intentarlo. Su lectura provoca escalofríos. A continuación, tenéis el cuento completo...
La pata de mono.
I
La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea. -Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera. -Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque. -No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablero. -Mate -contestó el hijo. -Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor White con imprevista y repentina violencia-. De todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa. -No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez. El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio. -Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido. Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza. -El sargento mayor Morris -dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego. Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños. -Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo-. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora. -No parece haberle sentado tan mal -dijo la señora White amablemente. -Me gustaría ir a la India -dijo el señor White-. Sólo para dar un vistazo. -Mejor quedarse aquí -replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza. -Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White-. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo? -Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír. -¿Una pata de mono? -preguntó la señora White. -Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar. Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó. -A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo. La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente. -¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla. -Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy santo... Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos. Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban. -Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó Herbert White. El sargento lo miró con tolerancia. -Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció. -¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora White. -Se cumplieron -dijo el sargento. -¿Y nadie más pidió? -insistió la señora. -Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono. Habló con tanta gravedad que produjo silencio. -Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán -dijo, finalmente, el señor White-. ¿Para qué lo guarda? El sargento sacudió la cabeza: -Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después. -Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el señor White-, ¿los pediría? -No sé -contestó el otro-. No sé. Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió. -Mejor que se queme -dijo con solemnidad el sargento. -Si usted no la quiere, Morris, démela. -No quiero -respondió terminantemente-. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche la culpa de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela. El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó: -¿Cómo se hace? -Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias. -Parece de Las mil y una noches -dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa-. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos? El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento. -Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de White- pida algo razonable. El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India. -Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros -dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren-, no conseguiremos gran cosa. -¿Le diste algo? -preguntó la señora mirando atentamente a su marido. -Una bagatela -contestó el señor White, ruborizándose levemente-. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán. -Sin duda -dijo Herbert, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer. El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad. -No se me ocurre nada para pedirle -dijo con lentitud-. Me parece que tengo todo lo que deseo. -Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? -dijo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro-. Bastará con que pidas doscientas libras. El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves. -Quiero doscientas libras -pronunció el señor White. Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él. -Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer-. Se retorció en mi mano como una víbora. -Pero yo no veo el dinero -observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo sobre la mesa-. Apostaría que nunca lo veré. -Habrá sido tu imaginación, querido -dijo la mujer, mirándolo ansiosamente. Sacudió la cabeza. -No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto. Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse. -Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama -dijo Herbert al darles las buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos. Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto.
II
A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible. -Todos los viejos militares son iguales -dijo la señora White-. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte? -Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza -dijo Herbert. -Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias -dijo el padre. -Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta -dijo Herbert, levantándose de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte. La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido. Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes. -Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas -dijo al sentarse. -Sin duda -dijo el señor White-. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo. -Habrá sido en tu imaginación -dijo la señora suavemente. -Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era... ¿Qué sucede? Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar. Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla. Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio. -Vengo de parte de Maw & Meggins -dijo por fin. La señora White tuvo un sobresalto. -¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert? Su marido se interpuso. -Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor. Y lo miró patéticamente. -Lo siento... -empezó el otro. -¿Está herido? -preguntó, enloquecida, la madre. El hombre asintió. -Mal herido -dijo pausadamente-. Pero no sufre. -Gracias a Dios -dijo la señora White, juntando las manos-. Gracias a Dios. Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio. -Lo agarraron las máquinas -dijo en voz baja el visitante. -Lo agarraron las máquinas -repitió el señor White, aturdido. Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados. -Era el único que nos quedaba -le dijo al visitante-. Es duro. El otro se levantó y se acercó a la ventana. -La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida -dijo sin darse la vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron. No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida. -Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente -prosiguió el otro-. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada. El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto? -Doscientas libras -fue la respuesta. Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado.
III
En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio. Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio. Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo. El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar. -Vuelve a acostarte -dijo tiernamente-. Vas a coger frío. -Mi hijo tiene más frío -dijo la señora White y volvió a llorar. Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó. -La pata de mono -gritaba desatinadamente-, la pata de mono. El señor White se incorporó alarmado. -¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede? Ella se acercó: -La quiero. ¿No la has destruido? -Está en la sala, sobre la repisa -contestó asombrado-. ¿Por qué la quieres? Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente: -Sólo ahora he pensado... ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste? -¿Pensaste en qué? -preguntó. -En los otros dos deseos -respondió en seguida-. Sólo hemos pedido uno. -¿No fue bastante? -No -gritó ella triunfalmente-. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida. El hombre se sentó en la cama, temblando. -Dios mío, estás loca. -Búscala pronto y pide -le balbuceó-; ¡mi hijo, mi hijo! El hombre encendió la vela. -Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo. -Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo? -Fue una coincidencia. -Búscala y desea -gritó con exaltación la mujer. El marido se volvió y la miró: -Hace diez días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras... -¡Tráemelo! -gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta-. ¿Crees que temo al niño que he criado? El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa. El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto. Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano. Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo. -¡Pídelo! -gritó con violencia. -Es absurdo y perverso -balbuceó. -Pídelo -repitió la mujer. El hombre levantó la mano: -Deseo que mi hijo viva de nuevo. El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta casi apagarse. Proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes. Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado. No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela. Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada. Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe. -¿Qué es eso? -gritó la mujer. -Un ratón -dijo el hombre-. Un ratón. Se me cruzó en la escalera. La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa. -¡Es Herbert! ¡Es Herbert! -La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó. -¿Qué vas a hacer? -le dijo ahogadamente. -¡Es mi hijo; es Herbert! -gritó la mujer, luchando para que la soltara-. Me había olvidado de que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta. -Por amor de Dios, no lo dejes entrar -dijo el hombre, temblando. -¿Tienes miedo de tu propio hijo? -gritó-. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy. Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante: -La tranca -dijo-. No puedo alcanzarla. Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono. -Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara... Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo. Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo.
FIN
¿Es La pata de mono un cuento fantástico o un cuento
realista? Aquí encontraréis la clave para comprender el final del cuento (por
si no os ha quedado claro).
La interpretación fantástica radica en que el señor White pide un deseo
que se cumple a costa de la vida de su hijo. Su mujer, entonces, le ruega que
pida un segundo deseo para que su hijo vuelva a la vida. Cuando su esposa va a
abrirle la puerta, al hijo que vuelve del cementerio, el señor White,
anticipando un encuentro horroroso, pide un tercer deseo por medio del cual su
hijo desaparece, causándole la muerte por segunda vez, pero salvando la poca
cordura que le queda a su esposa.
La interpretación realista, más interesante, radica en que los hechos se pueden ver como una serie de
coincidencias que son leídas supersticiosamente por el señor y la señora White.
Su hijo muere el
día en que su padre, neciamente, desea doscientas libras.
La tristeza de la
madre los lleva a pedir un segundo deseo para que su hijo vuelva a la vida y,
creyendo que va a suceder, el señor White se arrepiente y pide que se anule el
segundo deseo. Al final no aparece el hijo y el segundo y tercer deseo son
producto de la locura de los dos padres cegados por la desdicha y obnubilados
por la superstición.
Así, la primera
interpretación supondría un cuento ambientado en un mundo fantástico, en donde
el tema es la imposibilidad de poder manipular el destino sin desencadenar
efectos aciagos, todo con un efecto moralista. La segunda, implica un cuento
cuyo tema es la casualidad, la superstición y la locura, sin negar el aspecto
fantástico de la existencia.
El cuento circula
por el filo entre un mundo poblado por muertos vivientes y talismanes y otro,
más parecido al nuestro, poblado de supersticiosos que enloquecen y no
comprenden las casualidades. Y allí es donde radicaría el verdadero valor
literario, en la ambigüedad sorprendente que obliga a preguntarse al lector a
qué clase de mundo se refiere el cuento.
El autor, aunque
deja todo lo demás en la ambigüedad –por ejemplo la muerte del hijo como una
casualidad o como un efecto de la pata– no deja en la ambigüedad los
golpes de la puerta: esos golpes son definitivamente fantásticos, son de
muerto, no son casuales. Tal vez, si la noche fuera borrascosa, esos golpes
serían explicables, pero la noche, como el camino, estaba tranquila. (Información tomada de Nociritas.blogspot.com)
MATERIAL QUE
PODÉIS UTILIZAR PARA REALIZAR LAS ACTIVIDADES.
.- Para conocer datos sobre el autor puedes consultar William Wymark en
Wikipedia.
.- Si no has comprendido bien el argumento del cuento, podrás encontrar
ayuda en este enlace:
1.- Emplea tres
adjetivos que sirvan para caracterizar a los personajes que intervienen en el
cuento.
2.- ¿La Pata es un objeto maléfico?, ¿qué pistas aparecen en el diálogo del
mayor Morris?
3.- ¿Cómo reaccionan los distintos personajes cuando ven la pata de mono?
4.- ¿Cuál es el poder de la pata? ¿cómo hay que invocarlo?
5.- ¿Por qué el señor White se refiere a su hijo de esta manera "si
pudiera encontrarla antes de que eso entrara”?
6.- En el texto se dice que un faquir hechizó la pata porque "quería
demostrar que el destino rige la vida de las personas y los que interfieren en
él lo hacen muy a su pesar". ¿Qué quiere decir con eso? Explícalo con tus
palabras. ¿Se cumple eso en el cuento?
7.- ¿Cuál es el deseo que deberían haber pedido para que el cuento terminara
bien?
Alguna de las preguntas anteriores están extraídas de la siguiente página: www.buenastareas.com UNA VEZ ACABADAS LAS ACTIVIDADES...
(Presentación que es muy útil para los alumnos de 1º ESO)
PERÍFRASIS VERBALES. 3º Y 4º ESO.
Una perífrasis verbal es un conjunto funcional formado por un verbo en forma personal, portador de los valores gramaticales, y otro en forma no personal (infinitivo, gerundio o participio), portador del valor semántico, con o sin nexo entre los dos. Para que podamos hablar de perífrasis tiene que predominar semánticamente la forma no personal sobre la personal, que carece de significado. Cumplirá siempre la función de núcleo del predicado.
En este enlace que os indico podéis encontrar más información.
1. Lee atentamente las siguientes oraciones y sustituye las formas verbales por perífrasis. - Haré los deberes esta tarde. - ¿Sales? Llueve a cántaros. - Lloró cuando supo la noticia. - Di la verdad. - Tiene poco tiempo. - Ganaremos el premio. - Son las doce. - Necesita más dinero.
2. Señala las perífrasis que encuentres en estas oraciones y sustitúyelas por formas verbales.- Debo ir al médico esta tarde.- Tengo acabados los tres ejercicios.- Llevo interpretadas tres piezas musicales.- Voy a comprar comida para la cena.- Está jugando con sus amigos.- Entonces empezó a tartamudear.- No quiero saber nada de él.- Suelo acostarme a las once de la noche.- ¿Sabes tocar el piano?- Anda preguntando por todas partes.
3. Subraya la perífrasis e indica a qué tipo pertenece.
.- ¿Arranca el agua a hervir o no? .- El músico dejó de tocar después de dos bises. .- Esa casa debe de estar muy bien ventilada para los asmáticos. .- El Barça acaba de empatar hace cinco minutos. .- No puedo correr tan deprisa. .- Más tarde empezaremos a limpiar el garaje. .- Las aulas pasaron a ser dormitorios. .- Dorothy se volvió para reírse. .- Últimamente viene lloviendo dos o tres días por semana. .- Estoy por denunciar al presidente. .- Debe de haber un incendio. ¿Notas tú el fuerte olor a humo? .- Al final, el chico acabó pidiendo por las calles. .- No volveré a ir con ese chico al cine; es un pulpo. .- Lo siento: todavía no me he puesto a trabajar en lo tuyo. .- Ha estado lloviendo toda la semana pasada. .- Si reducen las retenciones, vendrás a ganar unos 1.200 euros. .- Desde enero tengo leídos unos cuatro libros ya. .- El crío lleva repitiéndolo desde que ha salido de la escuela. .- El abuelo dejó escrito que todo sería para Amparo. .- Estoy por comprarme una moto nueva. En este enlace encontrarás más ejercicios que están resueltos, intenta hacerlos sin mirar las soluciones y después comprueba. http://lengua.laguia2000.com/gramatica/perifrasis-verbales-ejercicios
LOCUCIONES VERBALES.
La locución es un grupo de palabras que funciona como una sola palabra sintáctica.Será verbal si en su composición hay al menos
un verbo y si el conjunto funciona como un solo núcleo del
predicado.Ejemplos:
Caer
en la cuenta (= comprender, entender).
Echar
de menos (= añorar).
Echar
en cara (= reprochar).
Darse
cuenta (= apercibirse, entender).
Tener
en cuenta (= contemplar, valorar).
Hacer
añicos. (= destrozar).
En las locuciones,
toda la estructura es fija.Si se
tratase de auténticos verbos con complementos, éstos admitirían
variaciones.Por ejemplo, en echar una cana al aire no estamos ante
un verbo con CD y CC porque no podemos hacer cambios como los siguientes: *echar un pelo al aire, *echar una cana al
viento...
Hay locuciones que, al estar formadas por dos
verbos con enlace y aparecer el segundo en una forma no personal, se asemejan
mucho a las perífrasis verbales.Ejemplos:
Echar
a perderDar a conocerDar a entender.
Sin embargo, no
deben confundirse unas con otras por las siguientes razones:
.- En las locuciones no hay verbos auxiliares ni
principales.
.- La conexión entre los dos verbos es íntima, pues la
forma no personal no es sustituible por otras en el mismo conjunto (echar a perder / *echar a ganar).
.- La locución verbal normalmente equivale a una sola
idea que puede proyectarse en un solo verbo sinónimo (echar a perder = estropear; dar a conocer = mostrar; dar a entender =
insinuar).
.- También es locución la construccióndejar(se)
caer, con el sentido de tirar(se),
pues funciona como los verbos soltar(se)
o aparecer.