LA ORACIÓN EN EL HUERTO
El principal suceso del Martes Santo fue el anuncio de la muerte del
Señor. Ese día se hallaba Jesús en casa de Simón, el Leproso, al que había
curado milagrosamente. Durante la cena una mujer hace su entrada en la casa,
era María. La mítica mujer arroja un perfume sobre los pies de Jesús, luego los
besa y seca con sus cabellos. Al ver esta escena, las personas de la casa se
encolerizan con ella, diciendo que el perfume podría haber servido como
mercancía para vender y beneficiar luego a los pobres. Sin embargo, ante el
asombro general, el Señor defiende a María diciendo: "esto ha sido como
una preparación para mi entierro".
El mito cristiano sostiene que es en
este momento cuando anuncia Jesús su muerte, causando un gran pesar entre
sus discípulos
La procesión que tiene lugar en Soria el Martes Santo es la de la Cofradía de la Oración en el Huerto. Dará comienzo en la Iglesia de los P. P. Carmelitas a las 21 h., llegando a la Plaza
Mariano Granados, donde se le unirá la Cofradía de la Flagelación del Señor,
terminando ambas en la S. I. Concatedral de San Pedro Apóstol.
LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR.
El Greco y Gerardo Diego
LA ORACIÓN EN EL HUERTO.
Terminada la Última
Cena, dicen los evangelios, Jesús y once de sus apóstoles -Judas se había ido a
ultimar los detalles de la entrega de su Maestro-, salieron de la ciudad de
Jerusalén y entraron en el huerto de Getsemaní
("molino de aceite"), al pie del Monte de los Olivos. Jesús, que ya
les había advertido que uno de ellos lo entregaría, les dijo por el camino que
aquella noche todos lo abandonarían, «porque escrito está: heriré al pastor y
se dispersarán las ovejas». Jesús se apartó del grupo, tomando consigo a Pedro,
Santiago y Juan, a quienes les confió, lleno de pavor y angustia: «mi alma está
triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Pero ni siquiera
estos escogidos fueron capaces de acompañarlo velando y orando. A solas, muy a
solas, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que
pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces, se
le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía,
insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que
caían en tierra. Finalmente, se levantó de la oración, fue donde los discípulos
y les dijo: «levantaos, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser
entregado». Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas acompañado de un grupo
numeroso con espadas y palos. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo:
«¡salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso
entregas al Hijo del hombre!». Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a
Jesús y le prendieron. Los discípulos le abandonaron todos y huyeron.
Por la puerta de la fuente
fueron saliendo los once.
En medio viene Jesús
abriendo un surco en la noche.
Aguas negras del Cedrón,
de su túnica recogen espumas
de luna blanca batida
en brisas de torres.
Jesús viene comprobando,
Pastor, sus ovejas nobles,
y se le nublan los ojos
al no poder contar doce.
«Pues la Escritura lo dice,
me negaréis esta noche.
Herido el Pastor,
la grey dispersa le desconoce.»
Entre los mantos, relámpagos
de dos espadas relumbran.
La luna afila sus hielos
en las piedras de las tumbas.
Ya las chumberas, las pitas erizan
sienes de agujas
y quisieran llorar sangre
por sus coronadas puntas.
Ya entraron al huerto
donde las aceitunas se estrujan,
Getsemaní de los óleos,
hoy almazara de angustias.
Ya Pedro, Juan y Santiago
bajo un olivo se agrupan,
como un día en el Tabor,
aunque hoy sin lumbre sus túnicas.
La noche sigue volando
--alas de palma y de juncia--
y, llena de sí, derrama
su triste látex la luna.
Se oye el rumor a lo lejos
de cortejos y cohortes.
Y el sueño pesa en los párpados
de los tres fieles mejores.
Jesús, solo, abandonado,
huérfano, pavesa, Hombre,
macera su corazón
en hiel de olvido y traiciones.
«Padre, apártame este cáliz.»
Sólo el silencio le oye.
La misma naturaleza que le ve,
no le conoce.
«Hágase tu voluntad.»
Y, aunque lleno hasta los bordes,
un corazón bebe y bebe
sin que nadie le conforte.
El sudor cuaja en diamantes
sus helados esplendores,
diamantes que son rubíes
cuando las venas se rompen.
Por fin, un Ángel desciende,
mensajero de dulzuras,
y con un lienzo de nube
la mustia cabeza enjuga.
Ya la luz de las antorchas
encharca en movibles fugas
y acuchilla de siniestras sombras
el huerto de luna.
Los discípulos despiertan.
Huye, ciega, la lechuza.
Y Jesús, lívido y manso,
se ofrece al beso de Judas.
(Gerardo Diego)
fueron saliendo los once.
En medio viene Jesús
abriendo un surco en la noche.
Aguas negras del Cedrón,
de su túnica recogen espumas
de luna blanca batida
en brisas de torres.
Jesús viene comprobando,
Pastor, sus ovejas nobles,
y se le nublan los ojos
al no poder contar doce.
«Pues la Escritura lo dice,
me negaréis esta noche.
Herido el Pastor,
la grey dispersa le desconoce.»
Entre los mantos, relámpagos
de dos espadas relumbran.
La luna afila sus hielos
en las piedras de las tumbas.
Ya las chumberas, las pitas erizan
sienes de agujas
y quisieran llorar sangre
por sus coronadas puntas.
Ya entraron al huerto
donde las aceitunas se estrujan,
Getsemaní de los óleos,
hoy almazara de angustias.
Ya Pedro, Juan y Santiago
bajo un olivo se agrupan,
como un día en el Tabor,
aunque hoy sin lumbre sus túnicas.
La noche sigue volando
--alas de palma y de juncia--
y, llena de sí, derrama
su triste látex la luna.
Se oye el rumor a lo lejos
de cortejos y cohortes.
Y el sueño pesa en los párpados
de los tres fieles mejores.
Jesús, solo, abandonado,
huérfano, pavesa, Hombre,
macera su corazón
en hiel de olvido y traiciones.
«Padre, apártame este cáliz.»
Sólo el silencio le oye.
La misma naturaleza que le ve,
no le conoce.
«Hágase tu voluntad.»
Y, aunque lleno hasta los bordes,
un corazón bebe y bebe
sin que nadie le conforte.
El sudor cuaja en diamantes
sus helados esplendores,
diamantes que son rubíes
cuando las venas se rompen.
Por fin, un Ángel desciende,
mensajero de dulzuras,
y con un lienzo de nube
la mustia cabeza enjuga.
Ya la luz de las antorchas
encharca en movibles fugas
y acuchilla de siniestras sombras
el huerto de luna.
Los discípulos despiertan.
Huye, ciega, la lechuza.
Y Jesús, lívido y manso,
se ofrece al beso de Judas.
(Gerardo Diego)
NOS TENDREMOS QUE PREPARAR PARA UNA SEMANA SANTA PASADA POR AGUA.
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