lunes, 25 de marzo de 2013

MARTES SANTO.


LA ORACIÓN EN EL HUERTO
El principal suceso del Martes Santo fue el anuncio de la muerte del Señor. Ese día se hallaba Jesús en casa de Simón, el Leproso, al que había curado milagrosamente. Durante la cena una mujer hace su entrada en la casa, era María. La mítica mujer arroja un perfume sobre los pies de Jesús, luego los besa y seca con sus cabellos. Al ver esta escena, las personas de la casa se encolerizan con ella, diciendo que el perfume podría haber servido como mercancía para vender y beneficiar luego a los pobres. Sin embargo, ante el asombro general, el Señor defiende a María diciendo: "esto ha sido como una preparación para mi entierro". 
El mito cristiano sostiene que es en este momento cuando anuncia Jesús su muerte, causando un gran pesar entre sus discípulos

La procesión que tiene lugar en Soria el Martes Santo es la de la Cofradía de la Oración en el Huerto. Dará comienzo en la Iglesia de los P. P. Carmelitas a las 21 h., llegando a la Plaza Mariano Granados, donde se le unirá la Cofradía de la Flagelación del Señor, terminando ambas en la S. I. Concatedral de San Pedro Apóstol.
LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR.

El Greco y Gerardo Diego

LA ORACIÓN EN EL HUERTO.

Terminada la Última Cena, dicen los evangelios, Jesús y once de sus apóstoles -Judas se había ido a ultimar los detalles de la entrega de su Maestro-, salieron de la ciudad de Jerusalén y entraron en el huerto de Getsemaní ("molino de aceite"), al pie del Monte de los Olivos. Jesús, que ya les había advertido que uno de ellos lo entregaría, les dijo por el camino que aquella noche todos lo abandonarían, «porque escrito está: heriré al pastor y se dispersarán las ovejas». Jesús se apartó del grupo, tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan, a quienes les confió, lleno de pavor y angustia: «mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Pero ni siquiera estos escogidos fueron capaces de acompañarlo velando y orando. A solas, muy a solas, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Finalmente, se levantó de la oración, fue donde los discípulos y les dijo: «levantaos, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado». Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!». Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. Los discípulos le abandonaron todos y huyeron.


Por la puerta de la fuente
fueron saliendo los once. 

En medio viene Jesús 

abriendo un surco en la noche.
Aguas negras del Cedrón,

de su túnica recogen 
espumas
de luna blanca 
batida
en brisas de torres.
Jesús viene comprobando, 

Pastor, sus ovejas nobles, 

y se le nublan los ojos 

al no poder contar doce.
«Pues la Escritura lo dice, 

me negaréis esta noche. 

Herido el Pastor,
la grey 
dispersa le desconoce.»
Entre los mantos, relámpagos
de dos espadas relumbran. 

La luna afila sus hielos 
en las piedras de las tumbas.
Ya las chumberas, las pitas 
erizan
sienes de agujas 

y quisieran llorar sangre

por sus coronadas puntas.
Ya entraron al huerto
donde 
las aceitunas se estrujan, 

Getsemaní de los óleos, 

hoy almazara de angustias.
Ya Pedro, Juan y Santiago
bajo un olivo se agrupan, 

como un día en el Tabor,
aunque hoy sin lumbre sus túnicas.
La noche sigue volando 

--alas de palma y de juncia-- 

y, llena de sí, derrama 

su triste látex la luna.
Se oye el rumor a lo lejos 

de cortejos y cohortes. 

Y el sueño pesa en los párpados 

de los tres fieles mejores.
Jesús, solo, abandonado, 

huérfano, pavesa, Hombre, 

macera su corazón 

en hiel de olvido y traiciones.
«Padre, apártame este cáliz.» 

Sólo el silencio le oye. 

La misma naturaleza 
que le ve,
no le conoce.
«Hágase tu voluntad.» 

Y, aunque lleno hasta los bordes, 

un corazón bebe y bebe

sin que nadie le conforte.
El sudor cuaja en diamantes 

sus helados esplendores, 

diamantes que son rubíes
cuando las venas se rompen.
Por fin, un Ángel desciende,
mensajero de dulzuras, 

y con un lienzo de nube 

la mustia cabeza enjuga.
Ya la luz de las antorchas 

encharca en movibles fugas 

y acuchilla de siniestras 
sombras
el huerto de luna.
Los discípulos despiertan. 

Huye, ciega, la lechuza. 

Y Jesús, lívido y manso, 

se ofrece al beso de Judas.
(Gerardo Diego)
NOS TENDREMOS QUE PREPARAR PARA UNA SEMANA SANTA PASADA POR AGUA.






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